El poder es un ideal con un trasfondo misterioso que muchas veces
parece fácil de comprender aunque realmente no es así. El poder se
materializa cuando una persona hace lo que otra u otras personas quieren
que haga, es decir, antes que se materialice el hecho ordenado, existe
como preámbulo capacidad para influenciar de manera legitima o ilegitima
a otra u otras personas.
En ese sentido, cuando hablamos del poder, muchas veces no se tiene
claro de qué estamos hablando.
Especialmente cuando lo asociamos a la
estructura de gobierno y a la administración del Estado, tenemos la
creencia que el Presidente u otros puestos de toma de decisión,
simplemente dicen qué hacer y las demás personas de inferior rango van a
correr a hacer lo que aquellos han decidido. ¡Nada más alejado de la
realidad!
Para que una decisión se pueda concretar se requiere que existan las
condiciones jurídicas, políticas y personales para que ello sea posible.
No hay nada más frustrante para las personas que están en puestos de
toma de decisión, el hecho de ordenar que se haga algo y ver que no pasa
nada; dicha circunstancia no es mas que la comprobación en carne
propia, de tener un poder que no es real.
Lo que estamos pretendiendo afirmar es que el poder se mide por medio
de los hechos concretos. Una persona cuyas decisiones se materializan
en un tiempo razonable, es una persona que tiene poder; en cambio,
cuando esas decisiones no se pueden llevar a la realidad, ello refleja
una ausencia de poder.
El poder que tiene un gobernante en la actualidad, por ejemplo, es
completamente diferente al que tuvieron los reyes durante la era de los
Estados absolutistas y monárquicos. La afirmación anterior que parece
obvia, no lo es si entendemos el poder como un concepto que no es
absoluto sino relativo; en otras palabras, su existencia depende de que
las personas concreten los deseos de aquella que adopta las decisiones o
lo que se va a hacer.
La soledad del poder, por tanto, no es estar solo en un despacho
presidencial, dubitativo sobre cuál es la mejor decisión que se debe
adoptar. Al contrario, el problema no es decidir, sino que la decisión
pueda ser concretada por las personas a las que les toca materializarla;
para decirlo de manera clara, la soledad del poder viene cuando usted
se da cuenta que no manda nada y que pocas o ninguna de las decisiones
que se adoptan llegan, finalmente, a concretarse.
Por eso es que, en nuestros tiempos, la soledad del poder se vive
constantemente. Las decisiones dependen de otras personas y de otros
órganos del Estado para que se puedan dar, situación que lleva a los
gobernantes a la frustración y a estar en soledad con una realidad que
cada día se hace más compleja; ello es matizado, únicamente, cuando son
acompañados de subalternos que están dispuestos a hacer todo lo que el
superior jerárquico diga, situación que puede hacer creer al que manda,
de manera errónea, que sí tiene poder.
La soledad del poder es una sensación de los regímenes políticos en
que las personas creen que mandan y no es así. Se trata de una sensación
en que la realidad abofetea a quien piensa o tiene la falsa creencia de
tener poder, por ello en los últimos tiempos y para no sentir esa
soledad, hay gobernantes que han querido eliminar ese sentimiento por
medio de estructuras de gobierno más verticales.
El problema del asunto es que ello supone moverse hacia modelos
autoritarios, déspotas, dictatoriales y en fin, hacia una concentración
de herramientas para lograr que los deseos de una o varias personas, se
materialicen en los términos que ellas lo quieren.
La soledad del poder es la forma en que el pueblo le dice a los
gobernantes que no pueden hacer lo que les da la gana. Y fue lo que
precisamente ocurrió en la República Dominicana en las pasadas
elecciones, primero municipales, y luego presidenciales y congresuales,
en donde el gran soberano le dijo a quien al parecer se creía ser el Rey
de los Ejércitos «es para fuera que van».
Ahora vemos como se encuentra, quien ni siquiera otorgaba entrevistas
a los medios de comunicación y rechazaba toda posibilidad de dialogo
político con la oposición externa e interna en su partido, en la víspera
de volver a ser un hombre común y corriente en donde ya, inclusive, a
días de abandonar el poder, sus funcionarios no le acompañan en las
caminatas que está realizando para supervisar e inaugurar nuevas obras
públicas.
Así terminan los gobiernos de quienes empinados en un endiosamiento
absurdo se creen dueños y amos de su propio destino. Un destino
embriagado de incertidumbre e imprevisibilidades en el que lo único con
cierto peso de certeza es el combate que tendrá que batallar en los
tribunales y en la opinión pública para encarar todas las acusaciones
penales que se le formularan.
Fuente: Lo que sucede ,-
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