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domingo, 2 de abril de 2023

El caballo desbocado de la reelección

❝Mirando por el Retrovisor❞.》》》 
Uno  de mis deportes preferidos, además del baloncesto, es la hípica. De hecho, sigo con atención la carrera del jockey dominicano Joel Rosario, uno de los atletas del país más destacados en el exterior, pero cuyos logros son regularmente subestimados por la prensa local.
El básquetbol lo practico todavía, pero aunque me encantan los caballos, nunca he montado uno por el respeto que le tengo a la impetuosidad de ese animal.
La Biblia, en el capítulo 39 del libro de Job, versículos del 19 al 22, describe el potencial del caballo cuando Jehová le responde a este personaje bíblico desde un torbellino por cuestionar su sabiduría, y en un momento le dice: “¿Le diste tú la fuerza al caballo? ¿Le pusiste la crin en el cuello? ¿Le diste tú la capacidad de saltar como un saltamontes? El caballo relincha fuerte, y la gente se asusta. Escarba en la llanura y se alegra de su fuerza. Corre veloz a la batalla. Se ríe del miedo y no desmaya; no huye de la batalla”.

Pues esa pasión por los caballos y la hípica me llevó a leer la semana pasada un interesante artículo del médico y avezado jinete chileno, Renato Aguirre Bianchi, sobre qué puede desbocar a un caballo, el peligro que enfrenta el jinete en ese momento y la mejor manera de controlar al animal.

He aquí algunos razonamientos del experto sobre por qué el caballo se desboca, corre de manera irracional y cae en otras conductas peligrosas para el jinete, despreciando órdenes de las riendas y los peligros que pudiera hallar en el camino.

Con jinetes novatos –plantea Aguirre- esto suele ocurrir cuando galopando el caballo se acelera para ponerse delante de los otros. Y el jinete piensa que un galope será tan controlable durante el desarrollo como al principio, obviando que los equinos se potencian según avanzan, de a poco se van acelerando y antes de que el cabalgador lo sepa, ya no responde a la orden habitual de control de la velocidad, por mucho que se tire de las riendas.

Un peligro latente en el manejo de un caballo corriendo sin control es que cuando se cabalga en grupo, puede arrastrar a otros jinetes al desastre del desbocamiento colectivo, destaca el artículo.

Aguirre cita a su yegua Sumalla, de la que se cuida porque nunca es confiable y a veces se torna incontrolable, pues suele arrancar brusca y locamente una vez iniciada la fuga.
Narra que en una ocasión esa yegua inició una enfática fuga que en principio pensó podía controlar, pero se desestabilizó de tal manera que no tuvo otra opción que dejarse caer para evitar un resultado peor.

Aguirre ofrece una serie de recomendaciones para detener un caballo desbocado –le invito a leer el artículo para enterarse- pero en definitiva resume lo imprevisible de montar un equino, porque resulta difícil adelantar sus reacciones.
Pues igual ocurre cuando un presidente de la República se monta en el caballo de la reelección, puede ser un galope sin contratiempos, pero en la medida que el político avanza y se acelera, puede perder el control de ese potro.

Le pasó al presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, quien nunca imaginó que con "garganta profunda", la fuente que desveló a los periodistas de The Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, todos sus tejemanejes políticos para mantenerse en el poder, a él también le llegaría en un momento su "delator premiado".

En Brasil, Jair Bolsonaro aplicó todo el peso del poder que ostentaba a Luiz Inácio Lula da Silva, a quien encarceló y humilló creyendo que así lo convertiría en un cadáver político.
No fue así. Lula retornó a la presidencia del país suramericano, cumpliéndose la reflexión que recordó el sacerdote Fernando Arturo de Meriño cuando le tomó el juramento como presidente de la República a Buenaventura Báez, el 8 de diciembre de 1865, y la cual muchos políticos olvidan cuando gozan de las mieles del poder: “Tan fácil es pasar del destierro al solio, como del solio a la barra del Senado”.

Hay experiencias elocuentes de presidentes dominicanos que no han medido sus pasos en la búsqueda de la reelección o de preservar el poder. Horacio Vásquez, amparado en la consigna de sus acólitos “Horacio o que entre el mar”, ante la imposibilidad de reelegirse, entonces buscó una prolongación de su período. Y la consecuencia fueron los 30 años de la oprobiosa dictadura de Rafael Leónidas Trujillo.

Joaquín Balaguer saboreó la reelección a sangre y fuego, apoyado por paños rojos en las bayonetas de los guardias durante su régimen de los doce años.
El escritor y político también llegó a encarcelar a un expresidente cuando regresó al poder en 1986 y a “negrear” en 1994 de la peor manera a su principal opositor, José Francisco Peña Gómez, en su afán por conservar el cargo.

Creo que esos comportamientos de presidentes en ejercicio son los que provocan tanto rechazó a la figura de la reelección, que obnubila la mente e impide razonar sobre sus peligrosos tentáculos.
Lo experimenta ahora el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quien se regocija porque a su antecesor lo van encarcelar, por un expediente basado en que pagó a una prostituta para evitar que diera a conocer una supuesta relación sexual que tuvieron en medio de la campaña por la jefatura del Estado.

Biden olvida que un compañero de su partido, el Demócrata, y expresidente estadounidense, deshonró mucho más el cargo permitiendo que una becaria le realizara sexo oral en el salón Oval de la Casa Blanca.
Como plantea Aguirre, se puede controlar la carrera irracional de un caballo desbocado. Y también es posible sortear los obstáculos que levante una desenfrenada reelección, pero también se corre el riesgo de que el caballo termine tumbando al jinete de la silla.


Por: Juan Salazar,-
juan.salazar@listindiario.com

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