En los tiempos en que andábamos como chivos sin ley, antes de lo
que hoy todos conocemos con el nombre de pandemia, me pidieron el favor
de acompañar a una pareja de extranjeros que apenas hablaba español y
lo poquísimo que pronunciaban daba pena bajo el punto de vista
lingüístico.
Ya que aún no había toque queda, podíamos organizar la noche a nuestro antojo.
Aunque casi no frecuento restaurantes ni negocios nocturnos, me hice
asesorar y escogí uno que les pudiera satisfacer para que se llevaran
una muy buena impresión de la cultura culinaria de nuestro país, y
hacia allí nos dirigimos.
El mesero, de mucha calidad profesional, fue preguntando a cada comensal lo que deseaba ordenar.
Al llegar donde el caballero de lengua ignorada por él, y que apenas
balbuceaba algunas palabras en español, le preguntó muy cortésmente
cual plato le apetecía.
Como pudo y logró el extranjero, en un lenguaje que casi no se le
entendía y con una voz bien alta, como acostumbran los que tienen
dinero, respondió al mesero “yo quiero un plato de plátano con
salchichón frito”.
Ante esta peculiar respuesta de nuestro distinguido invitado, los
presentes no sabían si llorar, destornillarse de risa o hasta
aguantarse la pipí con la cara vuelta una remolacha. Y así fue, nuestro
amigo se dio su respectiva hartura y hasta una generosa propina terminó
dándole al amable sirviente.
¿Y quién ha dicho que para ir a una fiesta hay que ir con traje de gala solamente?
El pobre también merece su valoración y tener una silla entre los
ricos, aún en un mundo en el que la apariencia supera los contenidos
reales que deben motivar una selección oportuna ante las diversidades
de cosas que nos ofrece la vida.
Los plátanos con salchichón frito alimentan y tienen mucha calidad
nutritiva, tal vez más que la de aquellos disparates que a diario
utilizamos para satisfacer nuestras necesidades vitales.
Nuestro país necesita una reinversión de valores, también en este
campo de aprovechamiento de los recursos alimenticios. Porque es
posible que nos estemos alimentando de basura y que lo que catalogamos
como despreciable, basándonos en la simple apariencia, sea de mejor
calidad y soporte para nuestra salud.
Por Luis Rosario ,-
Fundación Salesiana Don Bosco
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