Santo Domingo,- Para el miércoles de esta semana estaba programado, con la
participación del doctor Jimmy Sierra, la realización de un acto virtual
para la puesta en circulación de la versión digital interactiva de su
libro, Diccionario Cultural Dominicano.
Lamentablemente, ese acto ya no podrá realizarse para la fecha
prevista. De manera inesperada y dolorosa, Jimmy Sierra (el teórico),
quien durante más de medio siglo nos privilegió con su amistad, talento
creativo y generosidad, se despidió de nosotros para marchar hacia el
mundo de lo desconocido.
Fue mi abuelo, don Papito, quien primero me advirtió sobre Jimmy.
Viéndole pasar por el frente de la casa, me dijo: “Hágase amigo de ese
muchacho que va a ser abogado”.
En lo inmediato no volví a verle. Pero en uno de esos encuentros
callejeros que hacíamos en la universidad popular en que se convirtió
Villa Juana, a finales de la década de los sesenta, le escuché hablar.
Me impresionó. Era elocuente y apasionado. En su intervención, se
refirió, fundamentalmente, a los problemas políticos nacionales de la
época. Al final, pronunció una frase que me impactó. Dijo algo así como
que, para luchar, de manera eficaz, contra las fuerzas opuestas a
nuestra soberanía y desarrollo nacional, había que saber dar un paso
hacia adelante y dos para atrás.
Aquella frase me deslumbró. Me pareció profunda, genial. Con eso,
según el orador, se garantizaba el triunfo en la lucha contra los
patrocinadores de la vileza y la maldad.
Grande fue mi sorpresa cuando poco tiempo después, otro joven del
barrio, al hacer uso de la palabra, para referirse también a los temas
políticos que ya empezaban a inquietarme, terminaba su intervención,
diciendo: “Como ha dicho el camarada Lenin, debemos dar un paso hacia
adelante y otra para atrás”.
Deduje que Lenin era el orador anterior, a quien le había escuchado
por vez primera la afortunada frase. Quería, por consiguiente, que me lo
presentaran. Tenía ansias de conocerle. Todos, sin embargo, se burlaron
de mí.
En mi inocencia y total desconocimiento, había creído que Jimmy era
Lenin. No tenía dudas, había escuchado ambos discursos. Así de grande
era mi ignorancia.
Coloso de la cultura
Pero si Jimmy no resultó ser Lenin, se convirtió, sin embargo, como
bien reconoció este diario al transmitir la noticia de su fallecimiento,
en un coloso de la cultura.
Recuerdo cuando junto a Fernando Sánchez Martínez y Antonio Lockward,
publicó, con un prólogo del Poeta Nacional, Pedro Mir, un libro de
cuentos, titulado, Bordeando el Río.
Lo leí con avidez. Devoré los doce textos incluidos. De Jimmy
observé una característica que habría de acompañarle a todo lo largo de
su carrera literaria: el uso del humor, la ironía y la paradoja como
parte de su estructura narrativa.
En todo caso, lo más importante para mí era que tenía un amigo
escritor. Eso lo proclamaba por todas partes. Me parecía algo
prodigioso, sensacional. Pero, por encima de todo, me generaba una
sensación de orgullo y admiración hacia mi amigo Jimmy Sierra.
Luego, vinieron los relatos de microhistoria, en varios volúmenes, Yo
Estaba Allí. Estos representaban una crónica de acontecimientos
acaecidos en el país desde que se produjo la muerte de Trujillo,
respecto de los cuales el autor había sido testigo de excepción.
Por ahí se hizo referencia, entre otros, al golpe de Estado de
Echavarría, al gobierno del Triunvirato, a los desmanes de Félix W.
Bernardino, a la muerte de Sagrario Díaz Santiago, a la bomba que
estalló en el cine Trianon y al ametrallamiento de los estudiantes
frente al Palacio.
Con posterioridad, dio a la publicidad La Ciudad de los Fantasmas de
Chocolate; el Mester de la Ironía; y el libro para niños, Los Cuentos de
Papá Leche. Publicó, también, como se indicó al principio, un libro de
referencia, Diccionario Cultural Dominicano, que recoge y expresa el
conjunto de autores, obras, escuelas, corrientes y movimientos
artísticos y culturales de la República Dominicana.
Naturalmente, su obra cumbre, en el ámbito literario, fue su novela,
Idolatría, con el llamativo subtitulo de: O de cómo y por qué las 13
maldiciones de Papá Liborio transformaron a Gatagás el Divino, también
llamado el Octavio Sabio, en el Quinto Evangelista y el Filósofo
Montarás, como tributo a Dante Alighieri y a otros autores predilectos,
en los mejores días de mi infancia.
Produjo varios dramas radiales. Elaboró distintos proyectos para la
televisión, como El Hombre Que Atrapaba Fantasmas, Catalino el Dichoso y
El Caballero de la Medianoche. Proyectó diversos documentales, entre
los que se destacan el de la presencia árabe en la República Dominicana y
el de Eugenio María de Hostos.
Su película para la gran pantalla, Lilis, fue un esfuerzo descomunal
por traducir al lenguaje cinematográfico uno de los acontecimientos más
turbulentos de nuestra historia.
El mentor
Pero, además de notable creador de mundos literarios y del
audiovisual, Jimmy evidenció, desde muy temprana edad, notables
condiciones para la promoción y la gestión cultural.
En 1962 fundó el Club Estudiantil de Jóvenes Amantes de la Cultura
(CEJAC), del cual participaron figuras como Andrés L. Mateo, Ramón
Colombo y Adriano de la Cruz.
Cuatro años después, en 1966, pasó a dirigir el Movimiento Cultural
Universitario (MCU), el cual contribuyó, a través de encuentros y
talleres literarios, a la formación de jóvenes poetas, dramaturgos,
cuentistas y novelistas.
Promovió el Primer Festival de la Cultura Popular. Fundó el Comité
Pro-Instituto Nacional de Estudios Cinematográficos (CINEC). Formó el
Comité Pro-Adecentamiento de los Medios de Comunicación
Masiva (CAMECOM); y elaboró el primer proyecto de ley de cine en el
país.
Para mí, en lo particular, Jimmy fue un gran maestro, guía y mentor.
Un modelo de referencia, en lo intelectual, lo político, lo ético y
conductual. Una fuente de inspiración que nos enseñó a darle valor,
importancia y significado a las cosas.
Debido a él, leímos en Villa Juana, entre otros, a los clásicos de la
literatura rusa: Tolstoi, Dostoyevski y Chejov. A los de la literatura
norteamericana: Hemingway, Scott Fitzgerald y Edgar Allan Poe. A los
franceses: Hugo, Balzac y Maupassant. A los latinoamericanos: García
Márquez, Vargas Llosa y Neruda. A los dominicanos, Manuel de Jesús
Galván, Bosch y Marrero Aristy.
Luego, esos mismos libros, en un acto de solidaridad, se los
llevábamos a los presos políticos en la cárcel de La Victoria, donde
íbamos con frecuencia. De esa manera, pude conocer y tratar en el
tiempo, a destacados dirigentes como Fafa Taveras y Moisés Blanco
Genao.
En momentos difíciles de mis períodos de gobierno solía consultarle.
Él era una voz sensata, prudente y equilibrada. En una ocasión,
coincidiendo con un aniversario del 14 de junio, se programó una marcha
de grupos de izquierda hacia el Palacio Nacional. Debido a sus
recomendaciones, todo el plan de confrontación quedó desmantelado. Los
protestantes fueron recibidos por antiguos compañeros de lucha, entonces
funcionarios del gobierno, con el himno histórico del Movimiento 14 de
Junio, con flores y expresiones de amistad.
Así era mi amigo Jimmy Sierra. Ingenioso, creativo, imaginativo.
Pero, al mismo tiempo, solidario, desprendido, altruista y generoso.
Siento que, aunque en algún momento lo confundiera con Lenin, nuestros
vínculos, por más de medio siglo, fueron un canto a la amistad.
Por Leonel Fernández,-
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