Santo Domingo,- En una humilde vivienda techada de zinc, ubicada
en la comunidad Santana de La Victoria, en la zona norte de Santo
Domingo, reside Natividad Martínez de la Cruz, de 119 años, según
confirma su cédula de identidad y electoral.
La energía y el ánimo que muestra esta longeva son impresionantes. Se
levanta de una silla con ímpetu, camina de prisa y se voltea en una
cama con agilidad.
Habla con carácter y ríe de buenas ganas. Canta himnos cristianos y
declama décimas, con tono fuerte y nitidez. La memoria a veces le falla,
pero relata con coherencia sus vivencias de años mozos, cuando, según
afirma, “trabajaba la tierra como un hombre”.
“Yo sembraba maní, de a dos quintales”, contó la dama, quien recuerda
que tenía una parcela que compró ella misma con el dinero de la venta
de pollitos y huevos, pero comenta que vendía con poco apuro porque no
le simpatizaba mucho. Realizaba labores domésticas, lavaba, planchaba y
auxiliaba a sus vecinos con esos quehaceres.
A veces se torna hiperactiva y nerviosa, y para calmarla su hija le hace un té de manzanilla.
Para mantenerla ocupada, y así evitar que se aleje de la casa, la
deja que coja una escoba y barra el patio, lo cual hace muy complacida,
porque le fascina. Hasta hace varias décadas fumaba tabaco en cachimbo o
pipa, como ella misma explicó.
“Yo fumaba tabaco, porque yo lo compraba y yo lo vendía también. Yo
hacía unos andullos con una soga que iba desde allá hasta aquí”, narró,
haciendo un gesto para explicar su expresión.
Dejó de fumar luego que entró a una iglesia evangélica en la década del 60.
Repudia el alcohol. “Cuando yo veía una persona revolcándose pensaba
que tenía un dolor y era borracho, porque había gente que pensaba que el
ron era agua”, sostiene.
Come de todo lo que le den. “Por eso es que estoy viva”, refiere, a
la vez que enfatiza que “si me gustó me lo como y si no, lo dejo ahí,
pero todos los alimentos son buenos para mí”.
Sin embargo, aclara que no le gusta la carne muy gruesa y que tenga mucha grasa.
Cree que está viva todavía, a sus 119 años, además de comer de todo, porque cree en Dios.
“Sé que estoy en las manos de Dios”, enfatiza. Sostiene que no se sabe cansar. “Estoy viva y así quisiera seguir”, confía.
Lamenta que no fue a la escuela, porque le hubiese gustado
alfabetizarse, pero dice que ya, aunque quisiera, no puede hacerlo,
porque llega un tiempo que usted quiere y no puede. Por eso aconseja a
los jóvenes que cuando piensen hacer algo, no dejarlo para después.
“Aprendí de lo que hablaban las personas que llegaban a la casa”,
comenta.
No le gustaba bailar porque no quería que ningún hombre le pusiera la
mano encima. Además, expresó que escogía muy bien a sus amistades
porque no caminaba con todo el mundo. Su visión es perfecta. Su
principal problema es de insomnio, pues hay días que no duerme. Su hija
Cipriana contó que ya casi no la lleva al médico porque cuando lo hace
le dicen que está más saludable que ella.
Señaló que hace alrededor de 40 años su madre se enfermó de epilepsia, pero que con tratamiento se curó.
Se mantiene con lo poco que le pueden dar sus hijos. Necesita una
cama, la que tiene está en malas condiciones. Mantiene el hábito de
arreglar su cama cuando se levanta. Cuando el equipo de Listín se
marchaba, preguntó, “¿y dónde es que viven? ¡Para visitarlos!”.
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