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lunes, 27 de julio de 2020

El resentimiento en la debacle del PLD

Se ha escrito y hablado profusamente sobre la derrota del PLD en los pasados comicios, así como de las consecuencias que produce el odio, el encono y la envidia en la actividad política. La crisis que se generó con ocasión del fraude de las primarias del 6 de octubre, cuyas consecuencias está padeciendo actualmente el partido oficial era predecible para cualquier persona de mediana inteligencia. No se requería ser politólogo, sociólogo ni estratega en procesos comiciales para vaticinar lo que está sucediendo.
¿Ha sido el odio hacia el Dr. Leonel Fernández lo que ha motivado que se le haya querido aplastar con métodos que todos creíamos superados? Para responder esta pregunta es preciso remontarse a la historia reciente.

En 1994, al resultar seleccionado el Dr. Fernández como candidato vicepresidencial por el profesor Juan Bosch, quien lo valoró en términos elogiosos, otros compañeros de su partido se resintieron profundamente porque consideraban que este no tenía los méritos suficientes para acompañar en la boleta al líder y fundador del PLD. Pero ese resentimiento se acentuó dos años más tarde, al ganar la contienda electoral de 1996. La animadversión contra él subió de tono cuando el actual mandatario fracasó en su primer intento por alcanzar la presidencia en el año 2000; peor todavía, cuando retornó al poder en el 2004, preservándolo en los comicios de 2008 y jugando un rol decisivo para la victoria de 2012.

El éxito propio suele ser la derrota ajena, sobre todo en un medio en el que abunda la mediocridad, la cual se encuentra desafortunadamente muy extendida en todas las esferas sociales. Nada lastima más el alma de los resentidos que recibir favores de aquellos a quienes detestan. Por eso escuché una vez a un hombre muy sabio afirmar, frente a las ríspidas críticas de uno de sus detractores, lo siguiente: “No entiendo porqué me censura si nunca le hice ningún favor”. En efecto, la condición humana es lastimosamente insignificante en numerosas personas que no asimilan adecuadamente el triunfo de sus semejantes.

Ahora bien, en cuanto a la relación entre la ingratitud y el resentimiento, el eminente médico y pensador español, Gregorio Marañón, expresa que “es muy típico de estos hombres, no sólo la incapacidad de agradecer, sino la facilidad con que transforman el favor que les hacen los demás en combustible de su resentimiento”.  Nada lacera más el alma de un resentido que la penosa esclavitud del agradecimiento, pues basta hacerle un favor a esta clase de personas para que se generen las condiciones propicias de una ulterior venganza.  Así de compleja es el alma humana en un elevado porcentaje de nuestros congéneres.

Se debe observar que he empleado el término resentimiento, pues su significado es distinto al de odio o envidia. El destacado escritor español antes indicado, en su obra titulada “Tiberio: Historia de un resentimiento”, nos enseña: “el resentimiento no es un pecado, sino una pasión; pasión de ánimo que puede conducir, es cierto, al pecado, y, a veces, a la locura o al crimen”. De conformidad con su interesante teoría, es una pasión tan enfermiza que se infiltra en el alma de tal modo, que termina siendo la rectora de nuestra conducta. Se trata de una afección espiritual progresiva, dañina y desgraciada que termina caricaturizando a aquellos que la padecen, toda vez que sus actos son dirigidos por emociones irracionales inspiradas en los más bajos instintos.

Y eso fue precisamente lo que ha sucedió en el interior del Partido de la Liberación Dominicana, en el que una pequeña burguesía que se ha enriquecido a expensas del Estado, todavía se resiste a admitir en su fuero interno que todo su bienestar económico y principalía social se lo deben al Dr. Leonel Fernández. Esa negación de una inocultable realidad lacera el espíritu de no pocos peledeístas resentidos, que pretenden negar el origen de su vertiginoso ascenso, en el que se deben tener en cuenta otros factores coyunturales, como el apoyo del Dr. Balaguer en 1996, así como la convergencia de otras circunstancias que posibilitaron el triunfo en aquella ocasión.

El resentimiento de esa cúpula partidaria germinó, galvanizó y aglutinó en torno a la figura de Danilo Medina, quien esperaba ansiosamente su turno porque se consideraba merecedor, por sus méritos dentro de la organización, de ostentar la primera magistratura de la Nación. Esa prolongada espera fue alimentando un hondo y profundo malestar que alcanzó su clímax en el 2007, cuando desafió al expresidente Fernández, para posteriormente justificar su derrota con la afirmación de que lo había aplastado el Estado, evitando así reconocer el triunfo de su adversario. A partir de entonces se fue acrecentando la pasión del resentimiento, la cual cesará de atormentarle únicamente el día que deje de existir.

Si bien es verdad que en 2012 fue necesaria la decidida colaboración del Gobierno para alcanzar la victoria electoral contra Hipólito Mejía, no menos cierto es que el triunfo jamás cura la sed de revancha del resentido. Sobre este aspecto, Marañón sostiene que “el triunfo, cuando llega, puede tranquilizar al resentido, pero no le cura jamás. Ocurre, por el contrario, muchas veces que, al triunfar, el resentido, lejos de curarse, empeora”. En efecto, el éxito constituye la mejor justificación del resentimiento, en vista de la desarmonía entre su real capacidad para triunfar y la que supone el resentido.

Sin el concurso de Fernández y la gran cantidad de recursos que se destinó para la campaña electoral de 2012, jamás Danilo Medina hubiese llegado a la presidencia de la República. Como bien afirma el escritor español, el resentido es una persona sin generosidad, de mediocre calidad moral y con una memoria contumaz, inaccesible al tiempo. En otras palabras, esto quiere decir que, al margen del lapso transcurrido, el resentimiento se anida en el corazón de las personas con tanta intensidad que termina por dirigir todas sus actuaciones hasta el final de su vida.  Solo un sincero esfuerzo orientado por la generosidad podría vencerlo, lo cual no se configura en este caso.

El sector público, al igual que en el interior de las organizaciones partidarias, son espacios donde se manifiestan con mayor crudeza las miserias humanas. La envidia, el odio y la traición constituyen moneda corriente en todas partes, sobre todo en medios donde la lucha por la sobrevivencia es cada día más descarnada. Pero es preciso destacar una sutileza conceptual entre odio y resentimiento, siguiendo siempre la teoría de Marañón, en vista de que “el resentimiento se filtra en toda el alma, y se denuncia en cada acción. La envidia o el odio tienen un sitio dentro del alma, y si se extirpan, esta puede quedar intacta”.

De ahí que el odio puede superarse, en razón de que “casi siempre tiene una respuesta rápida ante la ofensa”. Por el contrario, el resentimiento es pasión “de reacción tardía, de larga incubación entre sus causas y consecuencias sociales”. Y fue precisamente ese mismo resentimiento que se aposentó, alimentó y fortaleció en una facción del PLD la causa generadora de la aplastante derrota del pasado 5 de julio. Tanto es así, que perdieron de vista al verdadero adversario político, pues el objetivo de ese grupo ha sido siempre destruir el expresidente Fernández. Todavía al día de hoy, después de efectuados los comicios, su propósito esencial es liquidarlo, sin percatarse sus antiguos adversarios internos que en poco tiempo tendrán que ocuparse de sus propias vicisitudes por las cuentas pendientes de rendición.

La obsesión del resentimiento resulta sumamente difícil de curar. Se convierte, cual células cancerosas que se multiplican en el alma humana, en una especie de maldición de la cual no es posible desprenderse. El fracaso, las decepciones y la adversidad suelen ser caldo de cultivo que alimentan esta pasión. Marañón  expresa  claramente que esa “desarmonía entre su real capacidad para triunfar y la que él se supone”, crea una peligrosa sensibilidad en la personalidad del resentido, hasta el extremo que se ofende ante la más mínima contrariedad.

Esto explica la reacción del actual mandatario cuando ordenó el pasado año la militarización del Congreso para tratar de modificar la Constitución y así alcanzar una segunda reelección consecutiva, pues ese fracaso acentuó su resentimiento hacia los que se opusieron a la descabellada iniciativa. Esa frustración intensificó el malestar de la cúpula palaciega, hasta el extremo de orquestar un fraude electrónico en las primarias del 6 de octubre, que fue el punto de inflexión que desató los huracanados vientos que desalojaron del poder al partido de la estrella amarilla.

Y como el Dr. Fernández fue uno de los más firmes opositores a esa segunda reforma consecutiva, se optó por articular la venganza utilizando como punta de lanza a un incondicional para impedir así el triunfo del candidato natural de esa organización, precisamente el mismo hombre que hace apenas algunos años catapultó al actual mandatario al solio presidencial. En declaraciones recientes, el estratega del presidente electo, Luis Abinader, reconoció que la lucha electoral hubiese sido más difícil y reñida si el candidato hubiese sido el exmandatario Fernández. Sin embargo, esa verdad tan evidente no pudo ser advertida por un minúsculo grupo de arrogantes funcionarios, debido a que estaban cegados por un insondable resentimiento.

Así de ingrata es la actividad política y el ser humano, actor central de este permanente drama. Identificar al adversario dentro de las propias filas, y no fuera de ellas como es lógico y natural, constituye, además de un error táctico, un signo revelador de insana e insensata pasión que necesariamente tenía que culminar en una catástrofe electoral.  Nunca olvidaré que una de las más contundentes manifestaciones de resentimiento se produjo, un día después de haberse producido la renuncia del Dr. Fernández a la organización que dedicó buena parte de su vida, cuando, en un airado discurso, el presidente Medina afirmó “que su delito había sido haberse desempeñado mejor que su antecesor y que nadie lo ayudó a ganar en el 2012”. Esa afirmación lo retrató de cuerpo entero por dos razones: se mostró un video en las redes sociales en el que reconoció que sin la ayuda de Fernández jamás hubiese ganado en 2012, y además recurrió a un paralelismo, innecesario por demás, poniendo de relieve antipáticas comparaciones que refleja un claro sentimiento de inferioridad.

Se podrían destacar otros episodios en esa misma dirección, como por ejemplo el tono impropio empleado en aquel discurso desistiendo de sus aspiraciones continuistas, frente a la imposibilidad de reformar la Constitución. Afortunadamente se ha salido de una pesadilla caracterizada por el sectarismo, la intolerancia y la corrupción. Claro, se deja una cicatriz en el cuerpo social, que necesariamente exigirá en su momento una vigorosa rendición de cuentas. El pueblo dominicano merece admiración y respeto por haberse unificado, en plena pandemia, para desalojar del poder a un gobierno de odiosos tintes autoritarios que dejará un amargo recuerdo en la conciencia nacional.
Por Jottin Cury Hijo ,-
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2 comentarios:

  1. ¡Enhorabuena, Señor Cury! Son tantos los motivos por los que agradecerle haber rendido esta cuenta, que tan solo me limitaré a AGRADECERLE. ¡Gracias del alma!

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  2. Hombre de buenos conocimientos. Este artículo no tiene nada de desperdicio

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